lunes, 10 de octubre de 2016

José Arnáiz: el especialista

El canterano del Valladolid celebra el gol de la primera jornada ante el Oviedo. // Foto: realvalladolid.es (José Salvador Alonso)
Es el nombre de moda en las gradas de Zorrilla, la gran revelación de la temporada en el Real Valladolid -tres goles y una asistencia- y una de las apariciones más sorprendentes de la Segunda División. José Manuel Arnáiz (Talavera de la Reina, 15-04-95) ya decide partidos en la categoría más igualada y competitiva del escaparate nacional.

Jose -sin adornos ni tildes-: tan directo, concreto y efectivo como su fútbol. Una gran virtud en un juego en el que a menudo abundan jugadores repletos de condiciones pero sin capacidad para traducirlas. Estamos exactamente en el polo opuesto, en el de un especialista con dos armas claramente visibles: velocidad y definición. Por eso si buscan en los resúmenes televisivos es posible que no encuentren las jugadas más talentosas y llamativas del partido con la firma del canterano, pero seguramente sí muchas de las más trascendentes. Jose es intensidad, desmarque y remate.

Se escribe tan rápido como lo ejecuta el talaverano. Así llegó precisamente el primero de sus dos goles en el Valladolid-Alcorcón del pasado sábado. La explicación del futbolista fue igual de sencilla: "La he pegado sin mirar, a reventar y donde fuera". ¿Una definición fortuita? Se podría pensar y caer en el error. Pero una de las principales cualidades de los goleadores es la decisión y la única duda que Jose tuvo en la jugada fue la de a quién abrazar primero para celebrar el tanto.

En definitiva, el camino más rápido hacia el gol, que a su vez ha sido el más directo hasta el primer equipo, la titularidad y el número 1 en la lista de cánticos del Fondo Norte.

Pero el tránsito ha sido bastante más complicado de lo que ha podido parecer. Jose llegó al juvenil A en la 2013-2014 y desembocó en el Promesas un año después. Esa campaña todo pudo cambiar para mal. Rubén de la Barrera no confió en el extremo, que apenas participó en el equipo y meditó muy seriamente su salida del club. El punto de inflexión se produjo la pasada campaña, en la que el especialista destapó su repertorio en los Anexos para adelantar por la derecha a otros canteranos aparentemente más cerca de la puerta del primer equipo.

Todo ello posiblemente sin ser el más participativo en el juego, ni el más vistoso, ni el más nombrado y conocido en el bar del estadio. 11 goles y un tramo sobresaliente en la segunda vuelta que catapultó al filial hasta la permanencia le sirvieron para debutar en la Liga 123 y convencer a Paco Herrera nada más comenzar la pretemporada. "Tiene que competir por un puesto de titular", declaró entonces el míster. No eran palabras vacías, era casi una profecía.

Compitió y compite por él cada semana. Y de momento gana la partida.

lunes, 13 de agosto de 2012

Una generación incomparable


Aún resuena el himno americano en el Basketball Arena de Londres y me es inevitable echar la mirada atrás. Hoy, la selección española ha vuelto a desafiar las leyes no escritas del baloncesto, como ya hiciera hace cuatro años en Pekín, para regalar una final olímpica memorable (107-100). Entonces, el enésimo Dream Team comprendió que tiene un rival en la Tierra y que viste de rojo. Un equipo con un talento irrepetible pero, sobre todo, con un carácter competitivo que le ha impulsado a permanecer en la élite 13 años después de su génesis.

Hablo, naturalmente, de aquel Mundial júnior de Lisboa (1999) en el que el equipo español derrotó, precisamente, a Estados Unidos. Raúl López, Juan Carlos Navarro y Felipe Reyes lideraban a un grupo mágico que se alzó con el título, con Pau Gasol a la sombra de Germán Gabriel y con solo 17 minutos de juego en la final (anotó tres puntos). Fue el inicio de todo, de los bautizados  "júnior de oro" que empezaron a escribir allí su particular leyenda. 'La Bomba' fue el principal protagonista con 25 puntos que le tiñeron de oro y le presentaron al mundo como el supertalento que fue, es y será.

De hecho, como si el ciclo quisiera cerrarse, el escolta, maltratado por una maldita fascitis plantar que le ha lastrado durante el campeonato, ha emergido esta tarde para liderar junto al coloso Gasol una emocionante demostración. La de un equipo que llegaba a Londres con problemas físicos evidentes (la ausencia de Ricky Rubio y las lesiones de Rudy y el propio Navarro) y que sufrió la desconfianza de parte de la crítica en los momentos difíciles. No es algo nuevo, sino más bien una canción que se repite con cada derrota -pocas-, especialmente en la 'Era Scariolo'. El técnico italiano ha firmado dos títulos europeos y una final olímpica en cuatro torneos con el equipo español (en el Mundial de 2010 España no pudo contar con Gasol), pero parece no ser suficiente.

No lo fue en los Eurobasket de Polonia y Lituania, con eternos debates sobre su utilización de la plantilla y la ubicación de Rudy Fernández como alero, ni tampoco en estos Juegos. Scariolo fue cuestionado también después de las derrotas ante Rusia y Brasil. Como siempre, evitó defenderse con el peso de su palmarés y acabó triunfando con decisiones clave ante Francia en cuartos (la utilización de Llull sobre Parker en los últimos minutos) y Rusia en semifinales (la entrada defensiva de San Emeterio, Llull y Reyes). Con Scariolo nunca ha habido unanimidad, pero ha sido una pieza fundamental en el ecosistema de esta época dorada. El impulso ideal que tomó el relevo tras el título mundial de 2006 y la plata europea de Madrid con Pepu Hernández y justo después del primer éxito olímpico bajo la tutela de Aíto García Reneses.

Con ese arsenal de títulos y medallas, la selección de baloncesto ha subido un nuevo escalón en su carrera de éxitos, posiblemente hasta colocarse como el mejor equipo de la historia del deporte español. Otros con innegable legado, como el actual de fútbol o la mítica selección de waterpolo de los 90 (oro olímpico en Atlanta 96, plata en Barcelona y dos títulos mundiales), merecen todo el respeto. Pero la luz del ciclo baloncestístico tiene algo especial. Tal vez el encanto de zarandear en dos ocasiones a un rival inaccesible desde la lógica, quizá el espíritu de superación de un grupo poderoso y repleto de fe. Seguramente, una generación incomparable.

jueves, 2 de agosto de 2012

El ocaso luminoso de Phelps


La piscina olímpica de Londrés será para siempre historia sagrada del deporte. Más allá de las irrupciones impactantes de Yannick Agnel y Ye Shiwen, el agua bendita de la natación ha coronado a Michael Phelps como el mayor coloso inscrito entre los cinco anillos mágicos. El joven mito de Baltimore (veterano nadador de 27 años) ha sido capaz de voltear el curso habitual de los acontecimientos y coronar su legado en el epicentro de su adiós -se retirará después de los Juegos-.

Phelps se quedó fuera de las medallas en los 400 estilos propiedad de Lochte, participó de la derrota americana en el 4x100 ante la imponente Francia de Agnel y apenas una hora antes de subirse al Olimpo cedió el cetro de "su prueba" -los 200 mariposa- en un ajustado final con el sudafricano Chad Le Clos. "¿Qué quieren que les diga? Él puso la mano primero, no busqué excusas", explicó después, consciente quizá de que su reto trascendía de cualquier momento puntual, de una sola prueba, de un éxito, de un fracaso, de un único matiz.

A Phelps le esperaban la historia y la leyenda, el cielo del deporte, la medalla número 19 que desempatara su duelo con la gimnasta soviética Larisa Latynina, cuyo registro de 18 metales se remontaba a Tokio 64. Pero el Tiburón no quiso conseguirla desde la cobardía y la mediocridad. Pudo haberse escondido de Agnel y nadar la segunda o tercera posta del 4x200. No lo hizo. Asumió la responsabilidad de su grandeza y se arriesgó a una más que probable derrota de darse un final estrecho ante el francés. Los dioses olímpicos -que seguro que existen-, encarnados en un Lochte colosal, le regalaron a Phelps los 200 metros más conmovedores de su carrera. Con una ventaja insalvable para sus rivales, cada impulso en el agua fue el homenaje y el broche más brillante posible a la trayectoria del mejor deportista de todos los tiempos.

Un ocaso luminoso solo podía ser suyo. Michael Phelps es eterno. Lo es desde que pulverizó a Mark Spitz en Pekín con sus ocho oros y lo será pase lo que pase en sus tres últimas apariciones en la piscina. El final soñado, pues nadará para disfrutar, para agradecer y para regalar sus últimas brazadas. La natación, el deporte y el olimpismo llorarán su ausencia al mismo tiempo que presumirán por siempre de su inmensidad.

***** El nadador americano, que había anunciado su retirada, finalizó los JJOO de Londrés con tres medallas más (22): los oros en 200 metros estilos, 100 mariposa y 4x100 estilos.

***** Phelps regresó a la natación para competir en los Juegos de Río 2016 y amplió su palmarés con otros seis metales (28), cinco de oro y uno de plata.

domingo, 15 de julio de 2012

Halagos irreverentes


Que nadie espere un post amable. Siempre es más sencillo escribir en un tono conciliador y positivo, pero hoy no me apetece. He tardado en decidirme y voy a hacerlo: voy a opinar en contra de la corriente halagadora que envuelve a Roger Federer. Evidentemente no negaré el impacto de este jugador en la historia del tenis mundial, su clase superlativa y su palmarés, inagotable e inigualable por el momento. Son aspectos indiscutibles que solo un necio pondría en tela de juicio; y no seré yo.

Pero mi reflexión va más allá. Vengo observando en los últimos años una devoción ilimitada ante el suizo, una especie de halo de perfección que, en ocasiones, acaba por parecerme una falta de respeto hacia un deportista por el que siento absoluta debilidad. Es Rafa Nadal y reconozco que con él me cuesta ponderarme, pero algo me dice que un sector de la afición española no acaba de valorarle en su justa medida. Escucho y leo una inclinación estratosférica ante Federer, ante cualquier victoria, ante cualquier Grand Slam (cada vez menos frecuente, por cierto), ante cualquier acción que le tenga como protagonista. La última muestra, la avalancha de flor y nata con su victoria en Wimbledon, eso sí, después de monopolizar Djokovic y Nadal los últimos cuatro grandes (que el sistema de puntuación haya devuelto a Federer el número 1 después de tan discreta secuencia daría para otra entrada en este blog).

De alguna forma, parece que los triunfos de Nadal valen menos, que su dominio en la tierra batida desvirtúa y resta méritos a cada gesta en esa superficie. Como si se dieran por hechas, vaya. Siento que a veces se olvida que el balear le ha ganado 18 partidos de 28 a Federer (seis de ocho finales en GS), que apenas sin experiencia le arrebató dos títulos de Wimbledon (para mí algo tan meritorio para un tenista español como ganar mil y una veces en París) y que, además, la memoria de muchos elimina un aspecto providencial: Nadal ha ganado todos sus títulos en la 'Era Federer', pero Federer vivió sin Nadal la primera etapa de su carrera. Otros como Rod Laver, Connors, Borg, McEnroe, Lendl, Sampras o Agassi construyeron la leyenda del tenis en sus duelos contemporáneos y por eso le otorgo un valor especial a la comparativa directa y personal entre Nadal y Federer.

Además, hay un elemento personal que reafirma mi admiración hacia Rafa. Es valiente fuera de la pista y pese a su situación de privilegio no duda en desafiar al sistema. Durante años ha abanderado la lucha de los jugadores por conseguir una modificación del sangrante calendario tenístico, algo que le ha valido el respaldo de todo el circuito salvo el de Federer, que apoyó la iniciativa hasta el momento exacto en el que tuvo que manifestarse ante la ATP. Él sabe que su carrera, por la identidad enorme de su tenis, se alargará de forma proporcional al castigo físico que soporten sus rivales, todos ellos con menos recursos técnicos para sobrevivir, obviamente. Por eso se desmarcó del colectivo sin levantar la voz -también reconozco que soy muy poco tolerante con los individuos que se aprovechan egoístamente de los grupos-. Como siempre, no hubo críticas. Bueno, a decir verdad solo una, la de Rafa Nadal, que se atrevió a cuestionar la perfección suiza: "Es muy fácil no decir nada y quedar como un gentleman", denunció el mallorquín. Y yo coincido. Por eso, mi admiración siempre será para Nadal.

sábado, 30 de junio de 2012

Las siete vidas de España


Siempre he tenido una particular teoría sobre los torneos de selecciones. Suelo pensarlo cada dos años y me convenzo. Todos los equipos están muertos al menos una vez durante el campeonato. El sistema, corto y eléctrico, obliga prácticamente a ello, a sufrir algún momento de extrema necesidad al filo del precipicio. Es más, creo firmemente que el destino marca caprichosa y cruelmente esos desenlaces a cara o cruz. Solo así puedo entender el mal fario que ha perseguido a España durante siglos y su conversión actual hacia una especie de ángel de la guarda inquebrantable.Tanto es así, que ya nos sentimos capaces de defender siete vidas, sobre todo teniendo en cuenta los momentos álgidos que han acompañado al histórico camino del equipo nacional en los últimos años:


1- Tanda de penaltis contra Italia (22-06-2008; Cuartos de final de la Eurocopa de Asutria y Suiza): España llegó a su umbral, el fatídico escollo de los cuartos, y lo superó en el que quizá sea el punto de partida de la posterior escalada hacia el infinito. Casillas detuvo los lanzamientos de De Rossi y Di Natale y Cesc culminó la clasificación.

2-El penalti de Cardozo (3-07-2010; Cuartos de final del Mundial de Sudáfrica): Después de 58 minutos de una batalla inmensa ante Paraguay, Cardozo tuvo ante sí la ocasión de adelantar al cuadro sudamericano. Reina, que había encajado dos penaltis del delantero esa misma temporada, guiñó el ojo a Casillas para indicarle el camino. El resto lo hizo el hombre con más estrella del fútbol mundial y España acabó ganando gracias a un gol de Villa.

3- Robben, en los segundos más eternos (11-07-2010; Final del Mundial de Sudáfrica): En el minuto 61, el holandés se plantó ante el marco español con todo a favor después de recorrer medio campo con las peores intenciones y las máximas posibilidades. Casillas se venció pero sacó un pie mágico para salvaguardar la copa.

4- Robben, segundo intento (11-07-2010; Final del Mundial de Sudáfrica): Con el partido en su recta final, a apenas ocho minutos de la conlcusión, el extremo vivió su particular revancha. Volvió a desbordar entre tiburones -Puyol cayó e intentó desestabilizar con el alma la carrera del jugador orange-, pero no supo (pudo) culminar. Después llegaría la conmovedora exhibición de Iniesta en la prórroga con desembocadura en el éxtasis absoluto.

5- Cristiano Ronaldo, ante sus fantasmas (27-06-2012; Semifinal de la Eurocopa de Polonia y Ucrania): Minuto 90 y dudas en España. Contraataque fulminante de Portugal y Ronaldo, con el balón franco ante Casillas, chuta alto con su pierna izquierda.Un golpeo asequible y culminado antes con éxito en innumerables ocasiones pero que el 7 luso no fue capaz de embocar en el instante preciso.

6- Tanda de penaltis del España-Portugal (27-06-2012; Semifinal de la Eurocopa de Polonia y Ucrania): Alonso falla el primero y el gesto se tuerce. Aparece Casillas, Ramos se desmontera y Cesc se hace mayor repitiendo la sentencia y cerrando el círculo dibujado cuatro años antes.

Evidentemente, queda una vida. Y una final por delante. La del domingo contra Italia, otra selección experta en sobrevivir. Seguramente estemos ante la final de los escapistas.

lunes, 25 de junio de 2012

La dictadura del miedo



No hay peor compañero de viaje que el miedo, esa siniestra sensación que atenaza y presiona a los cobardes hasta poner su destino al borde del precipicio. Así debió sentirse Laurent Blanc en las horas previas a su duelo con España, en las que retorció todos sus ideales hasta elaborar una fórmula timorata que empequeñeció a su equipo. Lo convirtió en víctima prematura. Pensó en Iniesta en la habitación del hotel y le pareció ver a Jordi Alba junto al botones. Temió y rescató su carpeta para modificar el once que tenía en la cabeza.

En ese momento, después de una semana de motín dentro del vestuario, se traicionó. Colocó a Reveillere y Debuchy para frenar el flanco de mayor actividad del ataque español y empezó a perder un partido que para él duró exactamente 19 minutos. Los mismos que tardó Iniesta en lanzar a Jordi Alba. Los mismos que tardó su cinturón de castidad en saltar por los aires. Xabi Alonso culminó la cuchillada para sentenciar a Blanc, que necesitará semanas de psicólogo para comprender cómo es posible sangrar por una herida vendada y protegida de antemano presa del pavor.

Porque los 70 minutos restantes se convirtieron en un castigo cruel para Francia y su entrenador, inmovilizados y retratados por el peculiar dogma de España. Los científicos del fútbol tendrán siglos por delante para desentrañar el misterio. Nadie defiende tanto con la pelota ni ataca menos con ella que este equipo de Del Bosque que siempre la tiene. Es la posesión como fin, fórmula tediosa en ocasiones según los críticos, pero indiscutiblemente fiable y competitiva. Casi garantía de éxito. Y si no, que le pregunten a Blanc.

viernes, 22 de junio de 2012

Messi y Ronaldo: El fútbol bipolar



(Aprovechando el gran partido de Cristiano Ronaldo en el Portugal 1 - República Checa 0, rescato este artículo que escribí a finales del año 2010. El panorama no ha cambiado mucho)

El 2010, año de recuerdo imborrable para el fútbol español, ha sido el primero en medir durante la continuidad que otorgan sus 12 meses a los dos indiscutibles exponentes de este deporte, rey de masas por su enorme sentimiento colectivo pero, al mismo tiempo, el que encumbra de forma más exagerada a sus ídolos. Y es que, indiscutiblemente, el fútbol personifica.

Messi y Cristiano Ronaldo responden a ese rol y traducen en sí mismos el duelo entre el Barcelona y el Real Madrid hasta definir una Liga inalcanzable para 18 de los 20 equipos en competición. Además, marcan un escalón insalvable, una distancia abismal para cualquier futbolista. Sus registros, más allá de gustos y sentimentalismo hacia lo patriótico, hablan de dos dictadores insultantemente superiores a las resistencias que se les presentan cada semana sobre el césped. Como muestra, la estadística demoledora de los 58 goles en 55 partidos del argentino y los 45 en 48 encuentros firmados por el portugués en este año que apura sus últimos días.

Reconociendo el purismo que podría defender que el fúbol no sólo se resume en goles, lo cierto es que parece imposible encontrar una aportación que pueda resistir mínimamente la comparativa. Difícilmente un portero alcanzará esas cotas de incidencia en el juego a lo largo de un año -quizá sí pueda hacerlo en un solo partido-, ni un defensa ni un creador puedan hacer tangibles sus prestaciones para igualar tan ingente cantidad de goles, puntos y victorias. Sí, se trata de un juego que se sustenta recíprocamente entre el bloque y la resolución de los elegidos, pero, seguramente y aunque parezca una opinión ligera, el plus que aseguran Messi y Cristiano a sus equipos siempre estará por encima de las necesidades que ambos tengan que satisfacer en el grupo que les respalda.

Con esto no se pretende desdeñar, en absoluto, el carácter grupal del fútbol ni la fuerza colectiva que lo caracteriza, quizá la clave de su gran aceptación. De hecho, el Mundial dejó un discreto bagaje de ambos con sus respectivas selecciones, un dato capaz de poner en jaque la teoría. Pero, evidentemente, su capacidad y su poder se reducen cuanto menor es el periodo de competición (en este caso un máximo de siete partidos) y cuando, por ende, lo aleatorio y lo puntual juegan un papel mayor que en una carrera de fondo como la que puede suponer una temporada o, en esta medición, un año natural.

En cualquier caso, más allá del análisis sobre la influencia en el fútbol de los dos -y viceversa-, su particular pulso en la distancia se presenta como una curiosa metáfora de la forma de entender el juego. Ronaldo escenifica la exhuberancia física, la supremacía de la potencia y una particular voracidad que desata el debate sobre su ego, tal vez su gran defecto pero, al mismo tiempo, el motor que le empuja a ser insaciable y extremadamente competitivo cada día. Messi, por contra, destila mucha más sutileza y la inteligencia a la que siempre le ha obligado su limitada constitución física.

Se trata, por lo tanto, de una bipolaridad manifiesta. El arranque demoledor y virulento contra la habilidad infinita, el uno contra uno llevado a la perfección y a una velocidad inclasificable. Todo ello, en el caso del '10' del Barcelona, envuelto en una progresión evidente y aplicada al grupo, en la que es, seguramente, la gran diferencia entre ambos y el punto que puede hacer decantar la balanza.

Cristiano catapulta a los suyos con sus apariciones de  'Hulk'. Messi, por contra, acelera el fútbol sin estridencias, con una continuidad que ha alcanzado con el paso de los años. Ahora, ya no es sólo un regateador incontrolable, sino un jugador con una capacidad superior de asociación y lectura del juego (su crecimiento como pasador es altamente significativo). Son, en definitiva, dos fórmulas opuestas, opinables y atractivas. Son los dos polos que definen hoy el fútbol mundial.